Los humanos somos perfectos creadores de ficciones, nos tomamos el mundo muy en serio, imaginamos experiencias e inventamos límites que un día simplemente comienzan a parecer normales en la memoria y el “sentido común”.
Apropiarnos del espacio se trata más de una cuestión mental que corporal, aprendemos a pensar los territorios con una perspectiva aérea, artificial, y como somos modernos... de preferencia cartesiana; planos, croquis, mapitas, cartinas.
Pero resulta que la naturaleza no es así, los patos y las mariposas se apropian del mundo por cómo se sienten y no por cómo se imaginan que es; las semillitas de diente de león viajan a la deriva de ser necesario la mitad del planeta hasta encontrar condiciones en las que valga la pena reproducirse... nosotros en cambio... nos aferramos a pertenecer a los lugares, damos nombres a los espacios, añoramos, "enterramos el ombligo", construimos identidades nacionales, estatales, lugareñas, escolares, de barrio.
De pronto tengo la impresión de que nuestra verdadera experiencia de espacio está contenida en la dimensión corporal, mi lugar es ese que ocupa mi cuerpo; me pertenece, no tiene que ver con un país, no tiene que ver con un pasaporte o un uso horario, no sólo lo nombro, no sólo lo imagino, no sólo lo construyo mentalmente, lo habito y lo siento.
¿cuántos meridianos me atraviesan hoy?